Escribir el principio de una historia, es probablemente lo más complicado. Yo a veces no sé como hacerlo. Intento buscar aquellos verbos y palabras que expresen algo inmenso, tan inmenso como lo que salta dentro de mi estómago. Tan grande que tal vez no tengo el valor suficiente para decirlo a la cara…
Quizá este sea uno de esos principios.
Dicen que es más sencillo escribir con el corazón, pero eso no es cierto. A mí no me lo parece. Escribir con el corazón es dejar la huella de tus dedos en cada sílaba, es poner cada sensación en un papel, cada sentimiento en las teclas de tu ordenador. Es hurgar en las emociones y tratar de materializarla en párrafos. Claro que no es sencillo. Nadie dijo que lo fuera.
Una década prodigiosa, dicho así parece que este post irá de música ochentera, ¿verdad? Pues no, hoy no. Hoy vengo a hablarte de que significa para mí una década.
Exacto. Diez años. Casi nada…
Hace diez años me dijiste que esto no sería fácil y llevabas razón. No lo ha sido. Pero ni a ti ni a mi nos gustan las cosas fáciles. Lo fácil acaba siendo aburrido y tú y yo somos demasiado inquietos. Ahora incluso demasiado locos. Tú más que yo. Pero ya sabes lo que dice el refrán: dos que se acuestan en el mismo colchón…
Hace diez años creía que el amor era cosa de libros. Que era una manida exageración de los poetas. Un cuento de hadas, nada más…
Hace diez años pensaba que la nuestra, como muchas otras, sería una historia para recordar y que solo lo más afortunados viven un romance de esos que duran eternamente. No obstante, tú te empeñaste en demostrarme que los necios llaman suerte al saber, y que las grandes recompensas no son posible sin esfuerzos sobrehumanos.
Quizá es arriesgado por mi parte llamar a nuestra primera década juntos, la década prodigiosa, pero tú mejor que nadie sabes que no hay cabida para el éxito si antes no existe el riesgo.
Así que… ¿por qué no arriesgarse?
Hace diez años no solo me enamoré de ti. Me enamoré de la vida.
Me enamoré del día y de la noche, de la playa, del azul del mar y del blanco espumoso de las nubes.
Me enamoré de la música que oía a tu lado, me enamoré del olor de nuestras sábanas, de todas tus sonrisas y de cada uno de tus defectos.
Me enamoré de las mañanas de domingos, del comienzo de la semana, de los planes a largo plazo y de los sueños que fuimos compartiendo.
Me enamoré de tus manos sobre el volante, de la carretera cuando era solo nuestra.
Me enamoré de las estaciones del año. De las primaveras con aroma a futuro.
De los veranos acelerados, excitantes, impregnados de amigos y tardes inolvidables. De los otoños que pintaban el suelo con hojas de colores y la proximidad de aspiraciones.
De los fríos inviernos enredada a tu cuerpo, retrasando el momento de levantarme y apagando el despertador para volver a abrazarte.
Sí, así fue. Hace diez años me enamoré de lo que ya era inevitable. Me enamoré de nuestra vida juntos. Nuestro proyecto. Lo que nosotros moldeamos como si fuera arcilla y fuimos transformando en nuestra propia familia. Sí, tú y yo.
Y el tiempo es el único que nunca se equivoca. El eterno infalible. El que nos observa expectante mientras nos ponemos de nuevo en la línea de salida y nos retamos mutuamente a permanecer diez más.
Déjame decirte que he aprendido a descifrar el amor, a desmenuzarlo poco a poco y descubrir que, a pesar de sus dificultades, el nuestro es real. Que ahora no es un amor de dos. Ahora no solo nos incumbe a ti y a mí, y lo sabes.
Y claro que sé que nada es para siempre, claro que lo acepto. Pero a veces veo la televisión y también leo las noticias, y mientras que en algunas partes del mundo la gente se declara la guerra yo prefiero declararte mi amor.
Hace diez años, ni siquiera sabía que era una década. Hace diez años tenía un montón de preguntas sin respuestas. Y tú solías decir cosas como que el ser humano es capaz de conseguir aquello que se proponga. Que cada uno debe explorar sus capacidades y desarrollar las que son extraordinarias. Tú me hiciste ver que dentro de uno mismo hay un mejor desglose. Una mejor composición de cada uno.
Que las posibilidades son oportunidades en el día a día.
Hace diez años creía que las huellas en la arena se podían disipar con un poco de lluvia y no caí en la cuenta que a veces las pisadas son tan fuertes que ni el huracán más amenazante puede borrarlas.
Hace diez años no se me ocurrió imaginar que yo sería una loca que vive escribiendo historias con finales felices y párrafos que hablan de relaciones de hierro.
Hace diez años no tenía ni idea que la felicidad, la nuestra, tendría nombre de niña, que luciría un cabello largo y bañado de oro, que sus ojos serían del color del otoño, a veces marrón y otras pardo, y que su risa unida a la tuya sería el sonido más hermoso del planeta.
Hace diez años tú y yo hicimos una promesa. Haz memoria. Juramos ante Dios que estaríamos juntos, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad…, y ese día hubo mucha gente de testigo. Nuestra gente.
Y ¿sabes qué? Desde entonces sé que el presente es auténtico, que el pasado es un nostálgico recuerdo y el futuro una continua ilusión.
Diez años, camarada, quien dijo miedo…
Hace diez años lo aposté todo. Me jugué mi porvenir a una sola carta, y hoy puedo decir que he ganado una década.
Hace diez años decidimos que juntos seríamos invencibles, que construiríamos carcasas de acero ante las adversidades. Que tú y yo seríamos uno y que ahora uno es igual a tres.
Volvemos a colocarnos en la parrilla de salida, ¿estás preparado? Estoy segura de que esta vez el camino será más arduo y complejo, pero ¡qué demonios! a ti y a mí nos encantan los retos…
Feliz aniversario, compañero.