A continuación podéis acceder a un relato extra de “Consecuencias de un huracán“.
Si aún no habéis leído esta historia, espero que lo hagáis y regreséis más tarde. En realidad, esto que os cuento trata sobre Fran, el hermano de Irene. Sucedió durante esa etapa en la que Irene comenzó a trabajar en el bar de Zoilo.
Fran quedó prendado de Gloria, la compañera de Irene, nada más conocerla y, bueno, aquí podéis leer algo más sobre ellos.
Espero que os guste. Menudo Fran 😉
FRAN
Irene se negó a darme el teléfono de Gloria. Al parecer me oyó hablando con el Negro.
Una de esas conversaciones entre tíos que tu hermanita jamás debe oír. Y sí, me interesaba esa chica, pero ese interés era puramente sexual. ¿Cómo iba a pensar en un romance ahora que estaba a punto de examinarme?
— No debería haberte dicho nada. Gloria es demasiada mujer para ti. No sé cómo no me he dado cuenta de que sigues siendo un niñito. Ni se te ocurra acercarte a ella.
— ¡Oh…, venga ya!
—Te lo tienes muy creído, Fran. Un día de estos te vas a tragar tus propias palabras.
— Tampoco he dicho nada del otro mundo. ¿Acaso es malo que no quiera complicarme la vida? No todos somos como tú, Irene. Sí, Gloria me gusta, pero no como para ponerle mis apellidos a su hijo.
En ese instante, yo me encontraba apoyado en el marco de la puerta de su habitación, mientras Irene ordenaba su armario.
— ¡Qué idiota eres! Pienso advertirla sobre ti. Que te quede claro.
— Pues mejor, así no se hará ilusiones.
— Gilipollas —vociferó lanzándome una zapatilla.
A mi adorable hermanita se le olvidó en un santiamén el favor que le hice al llevar al borracho de su ex a su casa. Pensé que aquella amenaza sobre advertir a Gloria sobre mí era un farol, pero ella no bromeaba.
Y con el referente de saber que a Gloria le atraía, me puse a investigar sus redes sociales. La localicé de inmediato en Facebook entre los contactos de Irene. Su perfil mostraba una imagen de ella sonriente, con aquellos rizos dorados adornando un rostro propio de una actriz de cine. Poseía, sin duda, unos rasgos preciosos: unos ojos grises que desprendían luz y fuerza, y una boca tremendamente apetecible.
Aparte de un texto como foto de portada que hacía referencia al poder de los sueños, no pude descubrir mucho más sobre ella pues tenía el perfil privado.
Le envié una solicitud de amistad que ella no aceptó hasta varios meses después. Supongo que hasta que le demostré que era digno de su amistad. El domingo de esa semana, después de cenar, le dije a mi madre que iba a salir a dar una vuelta. Había pasado todo el día estudiando y necesitaba tomar el aire y estirar las piernas.
Aunque mi verdadera intención radicaba en pasarme por el bar de Zoilo y charlar un rato con Gloria. Sostuve, convencido, que le agradaría mi presencia. Por el camino, mis pensamientos se centraron en que ella repararía en el tamaño de mis bíceps con aquel polo celeste, que también resaltaba, según mi madre, el color de mis ojos.
Me sentía confiado y dispuesto a entablar una conversación con ella. Y si todo resultaba como había imaginado, ambos, muy pronto, saciaríamos la atracción física que nos conectaba. Persuadido en que Gloria solo veía en mí lo mismo que yo en ella; una cara bonita y un cuerpo para disfrutar un rato, accedí al local no sin antes peinarme el flequillo con los dedos.
Ella se hallaba tras la barra, de espaldas, toqueteando el equipo de música, lo que me facilitó la tarea de repasarla de la cabeza a los pies. Iba vestida con unas mallas negras de cuero y una sencilla camiseta con el estampado de una banda de rock impreso en la zona lumbar. Aquella noche llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. Y me fijé en el aspecto aterciopelado de su piel, preguntándome al mismo tiempo cómo sería besar su cuello. Cuando se dio la vuelta y me descubrió mirándola temí que pudiera leerme el pensamiento.
Joder, Gloria era la mujer más sexi y bonita que había visto nunca. Sus labios se curvaron en una sonrisita socarrona.
— Pero, bueno, mira quién ha venido —recitó posando sus codos en la barra.
Supe de inmediato que Irene ya la había advertido sobre mí. Así que intenté mantener la calma. Miré a mi alrededor mientras agarraba un taburete y me acomodaba frente a ella. El bar se encontraba prácticamente vacío. Zoilo ocupaba su lugar en la esquina y le acompañaba un par de amigos con los que compartía su afición a beber alcohol a cualquier hora del día.
— ¿Qué haces por aquí? Hoy no trabaja Dabir.
— Lo sé. He venido a verte a ti.
— Vaya, debo estar de suerte —bromeó ella poniéndome ojitos—. ¿Qué quieres tomar?
— Una Coca-Cola Zero, por favor.
— Claro, cómo no. Una Coca-Cola Zero para el niño guapo.
La observé servirme la bebida con soltura.
— Te he enviado una solicitud de amistad a Facebook.
— Sí, ya la he visto.
— ¿La has visto?
— Sí.
— ¿Y por qué no las has aceptado?
— Porque tú y yo no somos amigos.
— ¿No?
— En absoluto. Y creo que nunca lo seremos.
Su expresión pendenciera me confundía hasta el punto de no saber si hablaba o no en serio.
— A mí me gustaría que fuésemos amigos —confesé tras darle un sorbo al refresco.
— Qué mentiroso —rió.
Reí con ella y percibí que sus ojos iban directos a mi boca.
— Irene me ha dicho que lo único que quieres es acostarte conmigo.
Me humedecí los labios, reprimiendo mis ganas de estrangular a mi hermana.
— ¿Y eso es malo?
— No. Es muy bueno. Yo precisamente quiero lo mismo.
Traté de controlar mis expresiones. No quería parecer un completo bobalicón.
— Entonces, ¿dónde está el problema?
— El problema es que ella dice que temes que me enamore de ti. Y bueno, si estás tan seguro de que pueda ocurrir algo semejante, igual casi que es mejor que evitemos problemas innecesarios, ¿no crees?
Tragué saliva dispuesto a defenderme, pero ella no me dejó hablar.
— Verás, yo también huyo de los compromisos, Fran. Sobre todo cuando se trata de jovencitos a los que les saco bastantes años. No sé qué te ha llevado a pensar que pueda volverme loca por ti, pero no te preocupes que eso jamás ocurrirá.
— Gloria, yo… no sé qué decir. Mi hermana es imbécil.
— ¿Irene? Que va. Es una de las personas más honestas que he conocido en mi vida, afortunadamente.
— ¿Y yo no te parezco honesto? No te estoy engañando. Acabo de admitir que quiero acostarme contigo.
Ella hizo un vano esfuerzo de no sonreír. En ese instante, entró una pareja en el bar y Gloria acudió a atenderles. Saqué mi móvil del bolsillo y le envié un mensaje al Negro.
Dabir respondió con varios emojis divertidos.
Guardé el teléfono cuando Gloria regresó y se situó de nuevo frente a mí, con los codos en la misma posición.
— En fin, Fran, me alegro de que hayamos establecido algunos puntos.
— ¿Qué puntos?
— Bueno, pues de momento ya tenemos claro que ni voy a acostarme contigo y que por lo tanto queda descartada la posibilidad de enamorarnos uno del otro —aseveró contemplándome con una intensidad electrizante.
El deseo incontrolable de besarla emergió en mi interior y suspiré luchando por controlarme.
— Sí, veo que es mi día de suerte.
Ella continuó en aquella descarada pose de coqueteo.
— Irene también me ha dicho que estás estudiando para pertenecer al cuerpo de bomberos.
— Así es. Te ha contado demasiados cosas sobre mí.
— Solo lo necesario —asintió sonriendo.
— Supongo que pedirte el número de teléfono a estas alturas se podría considerar una imprudencia, ¿no?
— ¿Y para qué quieres mi número?
— Para llamarte o escribirte alguna vez. Es para lo que se suele pedir el número de teléfono, creo.
— Eso supondría conocernos más en profundidad y si no lo he entendido mal es lo que debemos evitar. Ya sabes por la temeridad de enamorarnos —musitó atreviéndose a tocarme el cuello del polo, apartando una pelusa imaginaria.
Aquel gesto me excitó muchísimo. Sus dedos habían rozado levemente el lóbulo de mi oreja y sentí vibrar cada una de las terminaciones nerviosas que pululaban por mi cuerpo.
Sobre todo las que se agolpaban en mi entrepierna. Hacía dos meses que no me acostaba con ninguna chica y, siendo franco, no guardaba muy buen recuerdo de mi último ligue. Me terminé el refresco en un par de tragos.
Gloria sabía cómo encender a un hombre y mi hermana cómo chafarme un polvo.
— Tengo que irme —carraspeé incorporándome y dejando sobre la barra los dos euros que costaba la bebida y uno más de propina.
Ella deslizó su mirada por mi pecho y mis brazos.
— ¿Ya? Claro, si es que aún eres muy pequeño. Seguro que hasta tienes hora de regreso. ¡Qué mono!
— Y tú qué graciosa.
— Adiós, Fran. Llámame cuando crezcas —bisbiseó moviendo su manita cual reina del Carnaval y aleteando sus largas pestañas.
— Adiós, Gloria.
Salí de allí con un cabreo de mil demonios, pero llegué a la conclusión de que era mejor así. No me convenía encapricharme con ninguna chica ahora que los exámenes de la oposición estaban cerca y menos con una como Gloria. Mi intuición me decía que Gloria no se asemejaba a mis anteriores escarceos. Y yo, como bien reiteraba, no cometería la estupidez de enamorarme de nadie.
No. Yo no era como Irene ni como el Chinche. Yo sabía lo que hacía. Por mucho que me gustara esa chica no iba a perder la cabeza por ella. Claro que no. ¿No?
Si os apetece saber cómo acabo la historia de Gloria y Fran, tendréis que llegar al epílogo de “Consecuencias de un huracán“.
Aún así, iré narrando por aquí algunas de las conversaciones que mantuvieron esta pareja mientras coqueteaban, porque os aseguro que fueron bastante peculiares.
Los personajes secundarios de esta novela (Fran, El Chinche, Dabir, etc…) me dejaron resaca literaria y por ese motivo os narraré cositas sobre ellos.
Me ha encantado el relato de Fran y Gloria, de sobra sabes lo que significó Consecuencias de un huracán y saber sobre alguno de sus personajes pues me encanta, no hay más, muchas gracias Rosario.
Muchas gracias, Pilar. Pues atenta porque habrá más sobre ellos. Te mando un abrazo enorme.